Agora de Historia y Opinión

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Un Racó per a Catalunya.

«Yo soy aquél negrito…»

  • Ahora le toca a usted – la voz me llegó lejana y hasta me molestó la interrupción me quedaba por ver la publicidad de tres revistas de las diez que tenía en aquella consulta médica.

Un individuo, algo desaliñado para ser un psiquiatra, me miraba por encima de unas medias gafas, de las utilizadas para cerca. Le seguí hasta el interior del despacho. Era la primera vez que visitaba a uno y me sorprendió la sobriedad que reinaba. Ni tan sólo un diván, como he visto en las películas. Una mesa antigua de madera rodeada por un sillón viejo y dos sillas tapizadas, muy incómodas según comprobé de inmediato.

  • Usted dirá – su voz chillona sonó ridícula.
  • Mire usted – no sabía por dónde empezar -. Es que tengo manías y mi esposa me ha dicho que si no me las curo que pide la separación.
  • ¿Qué tipo de manías? – parecía una pregunta rutinaria.
  • Que me gustan los anuncios – las manos me sudaban.
  • ¿Qué tipo anuncios? – pareció sorprenderse de mis palabras.
  • ¡Todos! – tenía ganas de terminar cuanto antes.
  • ¡Hombre! Habrá algún tipo de anuncios que le atraiga más que otro – demostraba un interés que no había dejado entrever anteriormente -. No es lo mismo un anuncio en la televisión que en la prensa o que en la radio.

El tapiz de la silla se hundía y parecía querer tragarme. Hacía esfuerzos para mantenerme a flote pero fue inútil, en seguida volvía a resbalar hacia el fondo.

  • No señor. A mi gustan todos. Los de la televisión, los de la radio los de la prensa e incluso los de las vallas publicitarias, dos veces me he salido de la carretera por culpa de ellos – los nervios se iban apoderando de mi -. Y eso no lo puede soportar mi esposa.
  • ¿Desde cuándo tiene esa manía? – sacó una carpeta de un cajón y la dejó encima.
  • Que yo recuerde… Desde pequeño. Creo que desde que empecé a ir solo al cine. En el pueblo – nunca me había parado a pensarlo y ahora, de pronto, comprendí que aquello convivía conmigo desde mi niñez.
  • Supongo que durante la proyección de las películas habría intermedios y entonces aprovechaban para dar la publicidad – parecía leerme el pensamiento.
  • Si señor… Y ahora que pienso en ello. Recuerdo que ansiaba que llegara el intermedio. Iba corriendo al ambigú a comprar palomitas y volvía a mi sitio, inmediatamente, para no perderme ninguno de los anuncios. Mis amigos llegaron a enfadarse conmigo por no prestarle atención a sus comentarios sobre la película – mis recuerdos eran nítidos y me asombraba de la posible vinculación de entonces con el presente.
  • Recuerda alguno, en concreto, que le siga atrayendo – hacía anotaciones, mientras me preguntaba.
  • Sí. Hay dos que me tenían fascinado. Uno de ellos ha vuelto publicarse en la radio. Dice algo así como …» Yo soy aquél negrito del África tropical que cultivando cantaba la …» – lo canturreé con el ritmo que recordaba y me sorprendí al ver al galeno siguiéndome a dúo -. El otro, ya no le oigo pero martillea de cuando en cuando, aquí – y llevé mi dedo índice a la cabeza -. Era uno de granos de café que desfilaban detrás de uno que gritaba… «Vamos chicos al tostadero…» . Desde entonces no he dejado de estar pendiente de la publicidad.
  • Los recuerdo – susurró el doctor, con un brillo en la mirada y un entusiasmo patente-. A mí también me encantaban. Esta afición a los anuncios no debe de preocuparle. Está más extendida de lo que la gente cree. Estoy casi convencido que usted tiene una colección bastante completa de ella.
  • ¿Cómo lo ha adivinado? Es verdad. Tengo una colección muy variada. Desde recortes de prensa, hasta grabaciones de radio y también en vídeo todo lo que me gusta de la televisión. Y ahora estoy intentando introducirlos en ficheros informáticos para establecer comunicación, a través de Internet, con otras personas interesadas.

Su voz ya no me parecía ridícula. Y su tono amistoso me resultaba agradable. Durante más de una hora estuve hablándole de mi colección y no parecía aburrirle. ¡Era la primera vez que esto me ocurría! Había perdido el temor a hablar de mi oculta obsesión que, salvo mi esposa, nadie más conocía.

  • Mire usted. En confianza – abrió la carpeta que había estado presente en nuestra charla -. Yo también soy aficionado a coleccionar anuncios – cubrió la mesa con recortes de prensa, bastantes de ellos mostraban el amarillento del pasar de los tiempos -. Pero como no tengo tiempo en clasificarlos los tengo guardados en carpetas como ésta – los ojos le chispeaban al golpearla con la mano abierta -. Mire que curioso es éste que recorté en un periódico del norte, en el primer congreso de psiquiatría al que asistí – su mano tembló con aquel trozo.

                           «Cambio gallo macho que canta a las seis por otro

                              Que cante a las siete. Posee curriculum vitae,

                              Filiación política, pedigree, etc…»

Muy bueno – le animé -.

                              Empresa líder del ramo solicita personal de

                              ambos sexos. Inútil presentarse con uno solo.

 O este otro que dice:

                              Político asqueado busca empleo honrado en el

                              ámbito de las relaciones sociales o laborales.

 También, tengo otros de carácter humorístico – le interrumpí su carrera desbocada para demostrar mi sabiduría sobre el tema -, que recorté en los diarios de prensa local, por ejemplo :

                              Llévese la leche «el Bello Mugido», aunque su

                              color es blanco como todas las demás, su sabor

                              es diferente, con sabor a pasto rural, y de su precio

                              no hablemos, para que no le moleste se lo encerramos

                              detrás de las barras de código.

Y éste:

                              No pierda los nervios buscando en el fondo del bolso

                              cuando oiga la llamada de su móvil. Con nuestro soporte

                              universal «Escapulario» lo tendrá siempre a mano, colgado

                              del cuello. En color plata, oro, o con incrustaciones de

                              piedras preciosas o diamantes, para los días de gala.

 Recorté uno el otro día, en un supermercado de un pequeño pueblo – me sentía flotar hablando de anuncios:

                              “Entre y compre sin mirar. Nosotros los haremos por usted”.

 Esos también están muy bien. ¿Se ha fijado que cada vez hay menos anuncios de ese tipo en la prensa? – cortó nuestra batalla publicitaria para volver a normalidad de la conversación anterior -. Yo creo que es por la proliferación la publicidad en la televisión – me aclara con cierta complicidad.

Por eso he venido a su consulta. Por los de la televisión – el suspiro que me salió parecía estar contenido desde la creación del mundo y le hizo levantar la cabeza y mirarme interrogativamente –

No sabía cómo empezar. Quería contarle mis aficiones y las discusiones con mi esposa. Pero me quedé atragantado sin saber que era prioritario.

¿Se decide a contármelo? O prefiere que lo dejemos para otro día – sus palabras contradecían su curiosidad -. No se haga de rogar, hombre.

Es que no sé cómo explicarlo – tenía en mi mente la última bronca de mi esposa -. Desde que empezaron a emitir los canales privados y el mando a distancia nos permite cambiar de uno a otro sin movernos del sofá se ha declarado la guerra en mi casa. A ella le gustan las películas y series y a mí los anuncios. Así que cuando se descuida, agarro el mando y hago zaping buscándolos, especialmente el del Curro ese. Porque el de Hola soy Edu… ya ha finalizado, que también me embobaba. Los que no consigo seguir son los referentes al agua de colonia en Navidad. Son tantos los anuncios y tan parecidos que ya no llego a diferenciar los de hombre de los de la mujer y termino ahíto. A veces con dolor de cabeza.

 Eso es saturación – saltó el especialista -. A mí me ocurre lo mismo. ¡Bueno! Una pregunta. ¿Cuántos aparatos de televisión tiene en casa?

Uno. ¿Por qué? – me sorprendió.

Porque sería una solución que se comprara otro para usted y se acabarían las discusiones por el mando a distancia – sus palabras estaban llenas de razón.

En eso no había pensado – la idea era buenísima, se notaba que era psiquiatra -. Y usted cree que mi enfermedad es muy grave.

– No. ¡Que va a ser grave! – había levantado la voz, casi a grito -. Lo suyo es más normal de lo que parece. Usted sólo se conforma con coleccionar anuncios y de esa manera cataliza su ansiedad. Hay otras personas que no la tienen controlada y quedan enfermos de verdad al dedicarse a comprar compulsivamente, es decir, van a los comercios por un artículo y se traen cinco que no necesitan. Eso es lo peligroso, así que dígale a su esposa que lo suyo no tiene importancia. Y para convencerlo, le voy a dar una pequeña muestra. ¡Espere!

Pulsó un timbre que tenía en un rincón de la mesa y apareció una enfermera que hasta ahora no la había visto.

Trae una ficha para hacer socio a este señor – le dijo, desapareciendo aquella por la misma puerta y volviendo al momento con una cartulina blanca.

Le voy a hacer socio del Club Especial de Coleccionista de Anuncios (la CECA le llamamos), donde tengo el honor de ser el Vicepresidente. Estamos fundando un museo que lo llamaremos el Museo especial de Coleccionistas de Anuncios (la MECA). Y así podremos ir de la CECA a la MECA para disfrutar de nuestras colecciones. Cuando tengamos la próxima asamblea podrá exponer y presentar su colección. Tenemos alrededor de diez mil afiliados. Para que vea que no es un problema sino, más bien, una afición que se va extendiendo por todo el mundo. Ya que me consta que en la mayoría de países industrializados hay asociaciones de este tipo – una sonrisa de orgullo le cubría el rostro y su pecho se henchía de satisfacción -. ¿Qué me dice?

– Que me tiene alucinado. Yo creí que era una enfermedad muy peligrosa y resulta que es un hecho normal con grandes reconocimientos. Cuando se lo diga a mi esposa no se lo va a creer – ahora era yo el que sacaba pecho orgulloso de mi manía -. No sabe cuánto se lo agradezco doctor. Dígame lo que le debo que estoy deseando llegar a casa antes de que termine el programa de «Pepa elevado a Pepa» , que este sí que tiene interrupciones.

Me levante con una inmensa alegría, después de abonarle a la enfermera la minuta, y cuando salía, oía la voz del médico que canturreaba…

                              » Yo soy aquél negrito del Africa tropical….

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Antonio
Antonio
5 years ago

Yo, también tuve que ir una vez. Me recepcionó la secretaria.
«buenas, que tengo hora con el Pisquiatra» «no se dice Pisquiatra, se dice Siquiatra, aquí, la P no se pronuncia» me dijo.

Una vez dentro de la consulta, me dice el médico: ¿Qué es lo que le pasa?
«Pues, mire, doctor: que tengo un problema en la olla»

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