Puigdemont, visto y no visto en un día de furia. Y se marchó…
Y cuando quisieron darse cuenta, los 300, no los del rey espartaco Leónidas, sino los de un tal Elena, que estaba al borde de un ataque de nervios, allá por el cuartel general, rodeado por mandos y “camareros”, revisando el “guion” que no cuadraba con lo que les había dicho desde la política. ¡Algo ha fallado! Diría alguno pegado a la pared, al estilo de aquel que “bramó” ¿Dónde coño están las urnas? O algo por el estilo.