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Reseña: Apología de la historia o el oficio de historiador.

En 1949, Lucien Febvre publicaba un texto escrito por Marc Bloch titulado “Apologie pour l’histoire ou Comment et pourquoi travaille un historien.”. En la primera edición en español de 1952, llevaba el título de Introducción a la historia y, finalmente, en ediciones posteriores ha quedado como Apología para la historia o el Oficio de historiador. Una obra empezada durante la drôle de guerre que no se llegó a terminar. Su escritura se sitúa entre 1941 y 1943 y en su cuaderno de notas (MEA), en diciembre de 1940, señalaba que iba a escribir una apología para la historia y también, en mayo de 1941 así lo decía Bloch a Febvre en una carta, cuando sus relaciones eran muy tensas, a causa de la petición de Febvre para que Bloch dejara la dirección de la revista Annales d’Histoire économique et Sociales, que ejercían de forma conjunta: “Todo esto me turba. Como antídoto, trabajo en una Apología para la historia, escribo sobre la historia y escribiré quizá sobre la moneda. Si el libro se llega a escribirse alguna vez y a publicarse, llevará una dedicatoria para usted. Es un recuerdo de nuestro trabajo común y esto me divierte…”. Y en mayo de 1941 le dedicó el libro, a pesar de la discrepancia que Febvre confesaba por el libro.

En el prefacio de la obra, Jacques Le Goff dice que es de metodología histórica. Aunque teniendo en cuenta que Bloch tenía 55 años cuando la inició, es de esperar que en ella recogiera toda su experiencia en el campo de la historia. No obstante, Georges Duby la llamó la “agenda de un artesano” y en 1974, en la reedición de la Apología, en una colección de bolsillo hizo una presentación negativa de la obra, una parte mínima se refería directamente a la obra y el resto evocaba la carrera de Marc Bloch y su obra empírica, describiendo el libro como un texto anticuado, y demasiado apagado… sepultado bajo una cantidad de desechos[1]. Era la etapa en que los historiadores habían pasado el mayo del 68 y cuestionaban los planteamientos económicos y sociales de la historia, era la nueva corriente de las mentalidades. Aunque según DUMOULIN, la figura mostrará un debilitamiento después de 1958. Tal vez debido al retraso de las traducciones de sus obras más importantes: Apología para la historia y La extraña derrota[2]. Una figura difuminada oficialmente después de la ceremonia en su honor en la Sorbona en 1945, que volvería a rehabilitarse a partir de 1994 en una Francia, deseosa de borrar sus años de silencio, dando su nombre a centros de investigación y a calles. Pero fuera de este oficialismo, la obra de Bloch vuelve a tener influencia a partir de 1978, según sondeos bibliográficos y a través de los historiadores que lo han estudiado e incluso lo han utilizado como un referente.

También, nos previene, no solo que es una obra incompleta sino que a partir del título y subtítulo nos hagamos idea de su contenido, de las intenciones de Marc Bloch para defender la historia y preocuparse en precisar la labor del historiador.

Es un libro con cuatro capítulos finalizados y uno truncado, o sería mejor decir interrumpido. Yo prefiero utilizar el concepto de truncado porque así fue el final del autor, un final truncado, ya que en 1943 se incorporó a la Resistencia francesa para combatir a los alemanes y en marzo de 1944 fue arrestado por la Gestapo, interrogado y torturado, y se supone que el 16 de junio de 1944 fue ejecutado (fue una de las víctimas de Klaus Barbie).

Apología para la historia junto a La extraña derrota, son dos obras hermanadas en el tiempo y en los hechos: la primera es el legado más significativo para los que se inician en la historia y para los que son estudiosos de la misma, ya que contempla sus reflexiones y en buena medida sus memorias de toda una labor sobre la historia, como si intuyera que su camino sería tan corto que no dispondría del tiempo necesario para seguir publicando los resultados de sus investigaciones como historiador medievalista y en este compendio pudiera guardar sus pensamientos y reflexiones profesionales; la segunda es el testimonio de un historiador, de un soldado y de un ciudadano.

En el prefacio de este legado Le Goff nos habla de la facultad del historiador para transformar su vivencia presente en la reflexión histórica[3]. Pero también es interesante resaltar su capacidad de adaptación en una época agitada y cruel, en un país ocupado por los alemanes y dividido en dos zonas, con un Estatuto de los Judíos publicado por el gobierno de Vichy en octubre de 1940, donde estos eran totalmente excluidos de la justicia y la docencia que no podían ejercer cargos electorales y Marc Bloch era judío, no practicante, pues se sentía por encima de todo francés.

Le Goff hace un esbozo muy sugestivo de las ideas claves que encierra la obra, provocando la necesidad de entrar en el libro para descubrir que su interior está lleno de reflexiones, críticas, consejos y todo aquello que un buen manual debe tener para enseñar un oficio, y sólo un historiador que lo ha ejercido “artesanalmente” puede exponer.

Bloch nos introduce en el texto por medio de una interrogante que es la clave de toda la obra: ¿Para qué sirve la historia? Una interrogante planteada a través de la ingenuidad de una sociedad deseosa de disipar el oscurantismo que la rodea y cuya respuesta se esparce a lo largo de toda la obra, aunque tal vez tengamos que buscar su réplica personal en La Extraña Derrota, donde el historiador ejerce como tal para dar testimonio de los hechos que están aconteciendo.

El pensamiento de Bloch se había formado en el racionalismo y positivismo de finales del siglo XIX, y el proceso del caso Dreyfus en su adolescencia le influyó de tal manera que le previno de las manifestaciones colectivas de la realidad deformada, las falsas noticias, los errores de apreciación y de la fragilidad de la memoria[4] y le predispuso a reconocer la presencia irremediable de la falsedad.

La cuestión introductora plantea el problema de la legitimidad de la historia y del historiador llamado a rendir cuentas. Y nos recuerda las enseñanzas de sus profesores, de los que aprendió que la primera obligación del historiador es ser sincero. Y le pide a la historia que sea racional e inteligible. Sin confundir legitimidad y utilidad que son dos dimensiones diferentes.

Lo cual no era impedimento para criticar la actitud positivista de estos en relación a que el comienzo de un trabajo histórico sólo se recabara los hechos, al tiempo que exigía al historiador la conciencia de que este hecho no era un dato positivo. Es un reproche al positivismo que se tiñe de utilitarismo al pretender reducir el trabajo histórico, mutilando e impidiendo calmar el hambre intelectual de la humanidad, pues el historiador es un ser hambriento de historia, y Bloch defiende la historia como una ciencia humana a la que hay que cuidar porque existe el riesgo de que sea malinterpretada y degradada. Pero no olvidemos que el hecho de criticar a las corrientes anteriores es un proceder de los historiadores para renovar la historia.

De su maestro Seignobos tiene presente la frase: “Es muy útil hacer preguntas, pero muy peligroso responderlas[5]. Toda la obra está repleta de interrogantes que poco a poco se desvanecen en reflexiones, desgranando los argumentos que giran en torno del por qué un historiador practica su oficio y mostrándonos los diferentes cambios que tiene que sufrir un historiador en los muchos elementos que componen el estudio de la historia, como el análisis o la observación histórica. La práctica de una ciencia en pañales, recién llegada al campo del conocimiento racional, de una ciencia en movimiento.

Después de la introducción, “la libreta de un obrero[6] comparte sus observaciones sobre: la historia, los hombres, el tiempo histórico, el pasado y el presente; la observación histórica y especialmente el testimonio. Y señala la importancia de la crítica y la persecución de la mentira y del error. En 1914, recomendaba a sus alumnos que adoptaran “el espíritu crítico” que era la respuesta de seres inteligentes tanto a los retos del presente como a los del pasado y así lo decía en un artículo publicado en 1950[7], que era la limpieza de la inteligencia, el primer deber es el de lavarse. Las reglas de la crítica del argumento o prueba no son un juego de eruditos. Se aplican tanto al presente como al pasado.

Su memoria regresa a la entrada de los alemanes en París (junio de 1940), porque está muy reciente la extraña derrota del ejército francés y reflexiona sobre las causas del desastre y si de estas podían proceder el engaño de la historia. Pero inmediatamente nos da confianza para creer en la historia, en una historia que distrae y cuya práctica puede ser hasta divertida si se mira con interés y no la desposeemos de su parte poética. Nos anima a ser lectores y nos sugiere que los lectores de Alejandro Dumas podrían ser historiadores en potencia. Y sobre todo, le gustaría ver cómo nos acercamos a esta historia amplia y profundizada, en cuyo diseño reconoce haber participado junto a otros, y desea que su Apología pueda servir para ello, confesándonos que hay en la obra una parte programática[8].

También es muy interesante cuando rememora a los grandes antepasados como Michelet y Fustel de Coulanges porque nos enseñaron, por un lado la fidelidad al dato concreto, la crítica minuciosa y detallada del documento y, por otro, a reconocer que el “objeto de la historia” es el hombre, y rectifica a continuación para aseverar que son los “hombres”, en plural. Define la historia como la ciencia de los hombres en el tiempo. Reúne dos conceptos del tiempo: el tiempo de la ciencia y el tiempo histórico; el uno es para muchas ciencias una medida que se fragmenta artificialmente, en cambio el otro es para la historia algo más, “es el plasma mismo donde están sumergidos los fenómenos, como el lugar de su inteligibilidad”[9].

El tiempo, para Bloch, oscila entre el pasado y el presente con barreras que se levantan artificialmente entre ambos y se desplaza, de la misma forma que Bloch lo hace con el tiempo, sembrando el texto de ejemplos y anécdotas del pasado, y niega que el historiador sea un anticuario que sólo estudia el pasado, sino que además estudia el presente para comprender el pasado y cita a Michelet que afirmaba: “Quien quiera atenerse al presente, a lo actual, no comprenderá lo actual[10]”. Nos recomienda que para entender la historia hay que mirarla en el tiempo que está narrada, hay que tener empatía hacia la época que se estudia. Y afirma que la ignorancia del pasado repercute en el presente

En cuanto a la observación histórica, el historiador se ve limitado a comprobar por sí mismo los hechos que estudia y para conseguir que la investigación continúe, Bloch nos descubre al testigo como figura fundamental, ante la imposibilidad de acercarnos a los hechos de una manera directa. La lejanía del objeto de estudio nos obliga a depender de un intermediario para conseguir los conocimientos históricos de modo transversal. Esto nos hace pensar que el historiador no parte de cero en sus investigaciones, sino que utiliza las investigaciones de otros, es decir, se ayuda de la historiografía, de una u otra manera.

Partiendo de la afirmación de que el pasado es por definición algo dado que ya no será modificado por nada, sin embargo el conocimiento de este pasado es algo que no deja de transformarse y perfeccionarse; y aquí se manifiestan dos de los principios de la historia: que está basada en pruebas y su temporalidad. La historia como toda ciencia trabaja con verdades provisionales científicas, es decir, no hay verdades absolutas. Esa verdad provisional se obtiene de los testimonios históricos que, según Bloch, son de una diversidad casi infinita.

Nuestro autor opina de la gran complejidad de documentos y su dispersión, y que reunirlos representa una de las tareas más difíciles para el historiador, da mucha importancia a la ayuda que ofrece encontrarlos a través de guías, inventarios de archivos, bibliotecas o catálogos de museos. Eso está muy bien, pero es insuficiente[11]. No olvida hacer una crítica a los grandes desastres de la humanidad que nos han privado de monumentos y archivos, a pesar de que la erupción del Vesubio, conservó Pompeya para los investigadores

El capítulo III lo dedica a la crítica y a perseguir la mentira y el error. Nos previene de los testimonios históricos, de los cuales hay que ser precavidos, a causa de la multitud de documentos falsos. Y para ello, entra en la trama con la falsedad del documento de La donación de Constantino[12], elaborado en el siglo VIII, y con efectos retroactivos al siglo IV, descubierta en el siglo XV. Así como el tema de las falsas reliquias. Pero lo que más preocupa a Bloch es la modificación solapada de la historia, los adornos inventados con apariencia de verdad que se manifestó en la historiografía antigua y medieval pero que no ha desaparecido en la actualidad, y nos exterioriza que hay mentes verdaderamente patológicas en los aspectos de la inexactitud histórica[13], y no deja sin mención el peligro de los rumores de cocina.

Da mucha importancia a las notas al pie de página, y el deber del historiador en indicar la fuente del documento que está utilizando[14].

En este aspecto, su referente está en la crítica del testimonio como un arte lleno de sutilezas y racional, que se mueve entre dos extremos: la similitud que justifica y la que desacredita. La importancia del método crítico radica en que ha dejado ser el auxiliar del trabajo artesano y tener horizontes más amplios en la historia, permitiendo abrir un camino nuevo hacia lo verdadero, hacia lo justo[15].

En el capítulo IV difunde la comprensión del análisis histórico, partiendo sobre el dilema de ¿juzgar o comprender?, una pregunta que se mueve alrededor de dos problemas: el de la imparcialidad histórica y el de la historia como tentativa de análisis.

Una imparcialidad que se ramifica en dos: la del investigador y la del juez; con una raíz común; la honrada sumisión a la verdad[16], pero con finalidades diferentes: el primero observa y explica, el segundo emite sentencia. Aquí la imparcialidad se distorsiona en tanto que el juez debe ser imparcial, pero hay una tabla de valores por la que se inclina, y el investigador no, aunque la historia está llena de inclinaciones narrativas hacia un lado o hacia otro de forma parcial. Y Bloch propone que esta actitud de juzgar que embarga al historiador se cambie por la comprensión, que es la meta del historiador y cuando comienza su verdadera función, después de observar y hacer la crítica histórica.

Sus reflexiones sobre la nomenclatura y el lenguaje. Un lenguaje que debe ser adaptado, capaz de mostrar con claridad los hechos de la observación, que no dé lugar a equívocos, y eso se consigue por medio de una nomenclatura, si no propiamente inventada, al menos retocada y desplazada, que pueda sustituir al lenguaje no adaptado, o a las palabras desaparecidas, de forma flexible pero permitiendo ver al objeto de estudio próximo a su origen con precisión, que sea modificado lo mínimo. Teniendo en cuenta que el vocabulario de los documentos, a su manera, no es sino un testimonio, imperfecto y sujeto a crítica[17]. Bloch pone de manifiesto su preocupación por el lenguaje.

El Capítulo V queda sin terminar, pero en una carta de Bloch a Febvre, fechada el 2 de marzo de 1943, le habla sobre el avance de su manuscrito, y en relación al último capítulo dice que le falta un párrafo sobre las divisiones cronológicas y que seguirán otros temas: la experiencia histórica, el problema de las causas y de la previsión y la conclusión. Esto nos da idea de que aun quedaban temas a desarrollar. Después de esta carta, Bloch pasa a la clandestinidad adoptando diversas identidades, viviendo en el disimulo, en una doble vida de profesor combatiente clandestino contra el invasor nazi y la policía de Vichy en lo que Nicole FINK llamó “la solución del profesor[18].

CONCLUSIONES

Lo primero es destacar su perfil personal de patriota y su capacidad de adaptación en una época agitada y cruel. Francia invadida por los alemanes y un gobierno francés colaborador de los nazis. Un combatiente de dos guerras, que acabó en la Resistencia, detenido por la Gestapo, torturado y fusilado.

En cuanto a su obra “truncada”, el autor no entra en un debate filosófico con los detractores de la Historia, sino que presenta su obra como una herramienta, como un método o una guía para la historia que está por hacerse, que pueda preparar al historiador para el oficio, negando que sea un anticuario que sólo estudia el pasado. Una obra llena de interrogantes envueltos en reflexiones y consejos, todo ello bien argumentado.

Define la Historia como la ciencia de los hombres en el tiempo. La defiende como ciencia humana a la que hay que proteger. Una ciencia en pañales.

Nos lleva al pasado cargando de ejemplos el texto para que sintamos empatía por ese tiempo, y busquemos mecanismos en el presente para entenderlo. Es una relación dialéctica entre el pasado y el presente.

No se recata en reprochar a algunos historiadores su desconocimiento de la verdadera historia (a Paul Valey) y destaca la importancia de la crítica y del método crítico a la hora de escribir historia. Y sobre todo, no olvida criticar a los grandes desastres de la humanidad que nos ha privado de monumentos y archivos de gran interés.

Ante el dilema de juzgar o comprender, insiste en la comprensión como meta del historiador después de analizar y utilizar el método histórico. Y no olvida al testigo o testimonio, ese elemento imprescindible que hace de puente entre el historiador y el pasado, al que hay que saber interrogar. Y para ello un gran conocimiento del lenguaje y de una nomenclatura flexible que permita sustituir al lenguaje  no adaptado o desparecido para ver con claridad el objeto de estudio. Bloch pone de manifiesto su preocupación por el lenguaje.

NOTAS:

[1] NOIRIEL, Gerard. Sobre la crisis de la historia. Pp. 94.

[2] DUMOULIN, Olivier: MARC BLOCH o el compromiso del historiador.

[3] BLOCH, Marc, Apología para la historia. Prefacio de Le Goff.

[4] FINK, Nicole, Marc Bloc: Una vida para la historia.

[5] BLOCH, Marc. Op. cit., Pp. 50.

[6] BLOCH, Marc, Ibídem., Pp. 52

[7] BLOCH, Marc. In: Annales. Économies, Sociétés, Civilisations. 5e année, N. 1, 1950. Critique historique et critique du témoignage. p.7-8 : «On dit beaucoup de mal de la critique historique…Élaborées surtout par les historiens et les philologues, les règles de la critique du témoignage ne sont pas un jeu d’érudites. Elles s’appliquent au présent comme au passé ».

[8] BLOCH, Marc. Ibidem. Pp. 51

[9] BLOCH, Marc. Ibidem. Pp. 58

[10] BLOCH, Marc. Ibidem. Pp.67

[11] BLOCH, Marc. Ibidem. Pp 91

[12]Documento falsificado, aparentemente en Roma entre los siglos VIII y IX, del cual el manuscrito más antiguo conservado es del siglo IX (Bibliothèque Nationale, París, MS. Latin 2777), se le atribuía a Constantino I (siglo IV) el haberle conferido al Papa de turno (Silvestre, 314-35) y al papado en general («.. todas estas decisiones […] permanezcan inviolables e íntegros hasta el fin del mundo«)

[13]BLOCH, Marc. Op. cit., Pp. 113.

[14] BLOCH, Marc. Ibidem., Pp. 103

[15]BLOCH, Marc. Ibidem., Pp. 138.

[16] BLOCH, Marc. Ibidem., Pp. 139

[17] BLOCH, Marc. Ibidem., Pp. 154 y 159

[18] FINK, Nicole, Marc Bloc: Una vida para la historia. Pp. 226

BIBLIOGRAFIA

BLOCH, Marc. Apología para la historia, o el oficio de historiador. Edición anotada por Étienne Bloch. Fondo de Cultura Económica. Mexico. 12001.

BLOCH, Marc. In: Annales. Économies, Sociétés, Civilisations. 5e année, N. 1, 1950. Critique historique et critique du témoignage. p.7-8

BURKE, Peter. La Revolución historiográfica francesa. Escuela de lo Annales: 1929-1989. Ed. Gedisa. Barcelona. 2006.

DUMOULIN, Olivier. MARCH BLOCH, o El compromiso del Historiador. Traducido por Esteban Molina González. Ed. Universidad de Granada. Campus Universitario de Granada. Granada. 2003

FINK, Caroline:  MARC BLOCH Una vida para la historia. Traducción de Manuel Ardit. Ed. Universitat de València. 2004

http://books.google.es/books?id=nLDoZhlC8kAC&pg=PA153&lpg=PA153&dq=Comentaris+de+text+sobre+Marc+Bloch&source=bl&ots=3vbH_RV3eT&sig=Hl1vyOXZxtMLjUEYpdA05EbTfyg&hl=ca&sa=X&ei=gvVeUvfVOsyBhAfryYD4AQ&ved=0CEQQ6AEwAzg8#v=onepage&q=Comentaris%20de%20text%20sobre%20Marc%20Bloch&f=false

NOIRIEL, Gerard: Sobre la crisis de la historia. Ediciones Cátedra, S.A. MADRID. 1997.

http://books.google.es/books?id=WZTCDi1QVzIC&pg=PA94&lpg=PA94&dq=Prefacio+de+Georges+duby,+apologia&source=bl&ots=rTFjcoGUOk&sig=UxRgXqqnL7YfzlGgsckMD7XQOKQ&hl=ca&sa=X&ei=ECCRUqbYD6ex0AXR64HgAw&ved=0CEQQ6AEwBA#v=onepage&q=Prefacio%20de%20Georges%20duby%2C%20apologia&f=false

 Diccionario Akal de Ciencias Históricas. Editat per André Burguière (dir.), Eduardo Ripoll Perelló.

En la página 75 habla de Henri Berr, y de que para promocionar sus ideas edita la Revue de Synthèse hitorique, de que critica la estrechez de los puntos de vista de la “historia historizante” y que al propio tiempo rechaza el imperialismo sociológico defendido por L’Anneé Sociologique (1900), fundada por Émile Durkheim. Dos años después de la aparición de los Annales, la revista deja de ser histórica, se trata de una auténtica entrega de poderes a los Annales.

http://books.google.es/books?id=oPy3tSqZzIgC&pg=PA75&lpg=PA75&dq=henri+berr+historia&source=bl&ots=lY2MrteaJy&sig=yvoCNum3STPpg7oNx2YuDFsyW64&hl=ca&sa=X&ei=h7lZUtPQCcnXswbLsIH4AQ&ved=0CG8Q6AEwDA#v=onepage&q=henri%20berr%20historia&f=false

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